Y oré desesperadamente diciendo algo así:
“¡Dios yo me puedo ocupar de lo de afuera, de guardar las apariencias, pero de lo que me domina por dentro, por favor, ocupate vos !!!”
Gracias a Dios, después de muchos años, fui libre. Pero en el camino me destruyó tanto que hasta me inducía al suicidio. ¡Pero gloria a Dios, hoy soy libre y lo serán mis hijos!!!
La demora fue culpa mía, principalmente; pero reconozco que también es culpable parte de la iglesia, que le preocupa tan solo lo que ve.
Es como los religiosos que trajeron a la rastra a la mujer adúltera, que es la que podría quedar embarazada, pero no al hombre, que hizo posible el acto consumado de adulterio.
Por eso veo normal que si se plantean cambios, en un principio, se comiencen por las formas, pero muchos nos quedamos estancados en esto por mucho tiempo.
En esta situación de esclavitud llegué a ejercer el liderazgo de los jóvenes, a predicar y hasta trabajar en el área pedagógica de la Iglesia. Debo aclarar que mi Salvador fue fiel. Primero a si mismo, después a mi, pero sobre todo a los que intercedían unánimes por mi.
Como ejemplo te cuento como percibí esto último. Una mañana de domingo voy a la clase de adolescentes que tenía a mi cargo, casi sin dormir y con nada de preparación. Abro la Biblia, leo un verso y, para mi sorpresa, empiezan a llorar y a pedirse perdón uno a otro. Lo comento y ahí me anoticio de la cobertura de la iglesia local sobre mi y sobre los jóvenes.
Queremos ser una Iglesia distinta, por moderna o por tradicional, y cuidamos las formas para que esto se note marcadamente, pero no tenemos en cuenta el diseño de Dios, una Iglesia que muestre un cambio interno y externo radical, porque es necesario que nazca de nuevo. Una Iglesia realmente parida por Dios.
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